de persona perdida, de zorro herido.
Heridas de las que nadie sabe el motivo.
Tu lengua fue viperina, acido tu aliento.
Tus manos verdugos y opresores
de la voluntad libre. Acallaste a golpes
la sensatez, el cariño, el arte, el verso...
No quedó nada y aun asi measte en los cimientos
de las vidas rotas que dejaste a tu paso.
Cuerpos cenizos, maltrechos y ajados,
tan milagrosamente salvados de la inquisición
de tu impasividad fulminante.
Hoy me alegro de haber sido parte
y poder contarte que aprendí una lección:
De tu fracaso e inseguridad como padre,
de los brutales métodos que adoptaste
nació la oveja (no se si negra) que hoy soy yo.
Creo que en esta entrada sobran las palabras...
Sigo sintiéndome oveja negra. Orgullosamente.
A mi padre.