Puesta en marcha


En este verano falso
ya ha habido varias cosas fingidas.
El arranque del corazón-artefacto
y su fallida celebración de la vida.
La muerte recurrente de las mariposas
que todos creímos desaparecidas.
El filtro vital azul sobre el color rosa,
como recordatorio de la crudeza realista.
El sueño diurno. La ilusión infundada
de la paz y el descanso a la llegada.

El vómito me devolverá al mundo.
Despertar de la ficción con la arcada.
El corazón mecánico vuelve a echar humo
y entre el ácido y las entrañas
se ven los pedazos que faltan.

El pulmón hinchado por falta de aire,
la boca ansiosa, la sangre espesa,
ése órgano que no importa a nadie,
la respiración acelerada, la mente lenta
que me ha estado jodiendo las mañanas.

Todo esta sobre la mesa.
Todo volverá a la despensa.

A los que no entienden.

Esta semana me han dicho (muy sabiamente) que no hay que entender todo lo que pasa. Que a veces las cosas, simplemente, pasan y hay que saber dejar de mirar hacia atrás y poner rumbo. Vista al frente. Y caminar. Hasta que deje de oirse el murmullo detrás de ti.

Tengo que hacer algo


En este ambiente hay algo que me repele.
Me cambia el pulso, palpita en las sienes
una sensación de pérdida que huele
a olvido de una forma que no aguanto.
Apesta a mentira crónica y a asfalto,
me quema por dentro, pero también al mirarlo.
Es insostenible. Y sé que tengo que hacer algo.

Voy a abrir mis arterias para que salga el veneno
y deje entrar el aire. Prometo que voy a calmarme
cuando ya no tenga a dónde agarrarme.
Cuando lo haya perdido todo, hasta el aliento.
Tengo que hacer algo. Tengo que hacerlo.
Despegar los pies de este asfalto, salir en vuelo,
abrir las alas, la mente y olvidar este sueño
en el que ya lo he perdido todo. No se por qué no despierto.

Tengo que hacer algo y más me vale que sea rápido... Porque estoy sintiendo el tiempo colarse entre mis dedos como si fuera agua.